Cada mañana muy temprano Emanuel toma el micro para meterse en una carbonería re siglo XIX enclavada en Quilmes. Se calza los guantes y el barbijo para descargar y embolsar los miles de kilos de carbón que llegan todos los días desde Chaco. Trabajo insalubre, sin derechos ni épica, pero indispensable para afrontar el cierre de un macrismo devastador que provoca añoranzas de la alta circulación laboral de «la década ganada».