la maldad mora en los campos

De ser un fenómeno de culto a colarse en el top 10 mundial de Netflix, Cuando acecha la maldad oscila entre el mainstream y el fetiche. El terror argento goza de buena salud, incluso en tiempos de arrasamiento cultural. En esta conversación su director, Demián Rugna, habla de sus inspiraciones, la versatilidad del monstruo y la tibieza en la industria.
La primera película argentina de género fantástico se filmó en Rosario en 1934: El hombre bestia o las aventuras del Capitán Richard, de Camilo Zaccaría Soprani. Una película muda, en blanco y negro, que tiene cuatro comentarios en YouTube: dos escritos por nietos del director, y otros dos por los nietos del protagonista.
Tuvieron que pasar más de 70 años para que el género se empezara a popularizar en nuestro país. No es que antes no se vieran películas de terror, las grandes producciones de Hollywood siempre tuvieron un público fiel, pero si llevaban el sello argentino nadie las miraba.
En diciembre del año 2000, se fundó el Festival Buenos Aires Rojo Sangre, que en su primera edición ya exhibió uno de los hitos del terror argentino: Plaga Zombie, de Pablo Parés y Hernán Sáez. Unos años después, en 2008, se estrenó por primera vez en salas una película de género argentina financiada por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA): Visitante de invierno, de Sergio Esquenazi. A partir de ese momento, con acompañamiento estatal y mejores condiciones para filmar, el cine de terror argento empezó a levantar cabeza.
Demián Rugna es parte de ese reverdecer del género. Trabaja de crear miedo desde el 2002. Filmó cortos, escribió guiones, dirigió La última entrada, Malditos sean! y No sabés con quién estás hablando. En 2017 estrenó su cuarta película, Aterrados, y empezaron a cambiar las cosas definitivamente para el género en el país. Su estreno hizo mucho ruido entre críticos y fanáticos, ganó premios en México, en Brasil, en el Rojo Sangre y consiguió llamar la atención de Guillermo del Toro, quien pidió pista para hacer una remake norteamericana. Popularmente se la empezó a nombrar como “la mejor película de terror argentina”. Hoy, con Cuando acecha la maldadrompe récords de espectadores y alcanzó el top 4 mundial de Netflix.
Postrado en la cama de un rancho, escondido hace meses, Uriel incuba un demonio por nacer. Está embichado. Con ese mito, Rugna arma su universo, creado en una ruralidad con reglas propias: la maldad existe, puede aparecer, puede encarnar, no necesita en ese mundo una explicación por su rareza. El director cuenta que la gente de afuera le pregunta si es una creencia verdadera. Aunque no lo es, algo de realidad tiene: su inspiración fueron las noticias sobre los pueblos fumigados del interior. Ahí es donde Rugna quiso que se geste una maldad que elige a los más débiles para reproducirse: los animales y los niños.
Quería que este monstruo surgiera en el medio del monte y olvidado, como las familias de los pueblos fumigados que la están pasando mal, en la pobreza y muy lejos del contacto con gente que los pueda ayudar. Sin que a nadie le importe. Quería representar a una familia aferrada a las creencias tradicionales, que busca sanar al monstruo con la religión, en un momento en el que ya la Iglesia no tiene nada para hacer.
la expansión argenta
En su casa de Ramos Mejía, Rugna durmió anoche con el embichado. Postrado en un sillón de madera, porque en las sillas no entra, el muñeco huele a látex y pegamento. Tiene su rostro cubierto por una vieja bandera argentina. “Lo tapo porque es muy deprimente levantarte y verle esa cara, ese ojo, siempre igual. Ya lo quiero devolver”, bromea el director. El embichado no es de él, se lo pidió prestado a Marcos Berta, el verdadero padre de la criatura y responsable de los efectos especiales de las últimas dos películas de Rugna. Lo suele guardar en un depósito junto a sus otros compañeros de monstruosidades, entre ellos el niño poseído de Aterrados. Tuvimos suerte de engancharlo. Rugna lo pidió prestado para que lo acompañara a tocar con su banda la semana pasada.
Desde Aterrados, tu cine empezó a ser reconocido mundialmente por figuras como Guillermo del Toro y Stephen King. ¿Eso tiene algún impacto en nuestra industria audiovisual?
Hace bien que un artista latinoamericano tenga trascendencia en lugares en los que no suele tener trascendencia, porque cuando hablamos de cine de género estamos hablando de Hollywood. Podemos pensar en otros artistas latinoamericanos: Andy Muschietti, Fede Álvarez, Guillermo del Toro en otros niveles. Pero todos ellos hicieron la carrera en Estados Unidos. Que salga una película de Latinoamérica y le pegue al mundo, más allá del orgullo de que sea mía y la felicidad que me da, le hace bien al público, les hace bien a los cineastas locales, le hace bien al cine de la región.
Hace unos años, hacer cine de terror en Argentina implicaba doblar las películas para poder venderlas al mercado estadounidense. No había público acá, ni afuera que se bancara nuestro idioma. ¿Qué cambió para que el cine de terror argentino, que antes no tenía ningún tipo de salida, hoy esté en el top10 global de Netflix?
En nosotros no cambió nada. Sí entiendo que el público a nivel mundial está más abierto a ver películas con subtítulos, y eso no es algo menor. Hace veinte años pensar en una peli en español para que la vean los yanquis o los europeos era imposible. Hoy la llegada de las plataformas, y también la cantidad de series que vimos en pandemia, de tantas partes del mundo, hicieron que el mundo empiece a ver otras películas, otra cinematografía. Eso ayudó un montón. Los avances técnicos también ayudaron a quienes hacemos género, para poder tener un estándar de buena calidad con menos dinero. Hacer lo que hicimos en Cuando acecha la maldad 20 años atrás era muy caro. No digo que haya sido barato ahora, pero antes era muchísimo más caro, porque técnicamente necesitabas cosas que hoy tenés en un celular.
En los últimos cinco años, y eso me gustaría atribuírselo a Aterrados, vi también que hay un montón de gente joven que está yendo a ver películas de terror argentinas. Eso antes no existía. Vos le preguntabas a un pibe de veinte años si quería ir a ver una película argentina y te mandaba a la mierda. Y si le decías que era de terror se te cagaba de la risa. Hoy no, hoy veo pibes jóvenes que van y militan las pelis argentinas de terror, eso no estaba antes.
Para hacer esta película había un gran desafío técnico, desde el FX, el maquillaje, la postproducción, cosas que no se habían hecho nunca. ¿Tiene un poco de argentinidad esa búsqueda?
Puede ser que haya algo de esa necesidad de hacer más de lo que podemos con menos. También hay una especie de inconsciencia y un riesgo muy grande de mi parte de osar a hacer este tipo de escenas. Digo inconsciencia porque cuando yo las propongo dejo de pensar en lo que realmente implica todo eso, el esfuerzo y el riesgo, la osadía de que pueda quedar mal. Si queda mal, se cae la peli, muere.
No sé si es relativo a los argentinos, pero sí hay algo de tratar de romper ese límite: ¿por qué no? Para mí es patriota decir: “¿Esto? Sí, claro que lo podemos hacer, ¡cómo no lo vamos a poder hacer!”. Y a veces sale. El primer paso para pensar en estas escenas fue querer hacer cine de terror en Argentina en un momento en el que a nadie le interesaba, ni a los productores, ni a los distribuidores, ni al público. Y nosotros sabíamos que este cine lo podíamos hacer acá, y lo podíamos hacer bien. Llevó un montón de años, hacer muchas pelis, ir perfeccionándonos. Eso es hacer patria, saber que podemos hacer cine fantástico como lo hacen los yanquis. Es creer en nosotros y después vemos.
¿Qué sentís cuando se habla tan bien de tu película afuera, justo en este momento de desfinanciación del arte argentino?
Yo soy una persona en una situación privilegiada, pero todos mis amigos son cineastas y actores, y veo lo mal que la están pasando. Yo siempre opiné lo importante que es el cine argentino para la cultura, lo que pasa es que estamos en un momento en el que tenemos que explicar por qué es importante la cultura para una nación. Eso es un retroceso asombroso, tener que explicarles a las generaciones jóvenes por qué la cultura es parte de su identidad. Como retrocedimos así entiendo, y también lo dijo Capusotto, que no es solo el cine y la cultura el mayor de los problemas en este momento. Porque el cine lo van a destruir, la cultura la van a achatar, van a cambiar la matriz cultural, pero de alguna forma el cine y la cultura van a encontrar el espacio y el camino en algún momento, ya sea para volver a tener las instituciones fuertes que necesita o para generar contenido de forma alternativa y rebelde. Pero el mayor de los problemas es qué va a pasar en el país si se venden los recursos naturales para siempre. Si regalamos la soberanía para siempre. Eso obviamente es más preocupante que si cierra el Instituto o no. Primero hablo como argentino. Si te hablo como cineasta obviamente que es una vergüenza que una de las mejores cinematografías del mundo, que es ejemplo para todos los países de la región que copian nuestra propia ley de cine y hacen institutos como el nuestro, esté abandonando la posibilidad de seguir creciendo. Es una vergüenza y un retroceso letal.
qué metemos en la maldad
En tu película, la maldad es un ente invisible e imparable. La has comparado con la propagación del odio. ¿Hacer cine de terror es también una forma de contar la realidad política?
En el terror siempre se ve una marca de época. A partir de los conflictos que se viven, el cine de terror muestra los miedos e inseguridades de la sociedad. Si hablamos por ejemplo del cine de los años 50, estaba el temor a las bombas nucleares. El cine de zombies de fines de los 70 marcaba una conflictividad social. Después del 2001, se hizo un tipo de cine más de asesinos y torturadores, que podían ser tus vecinos. Si hablamos de Cuando acecha la maldad, yo no planeé hablar del crecimiento del odio y del fascismo, sino que salió por una preocupación propia. Pero no es una película en la que yo haya dicho: “esto tiene que abrirle la cabeza a la gente”. Si hubiese querido hacer eso, hubiese sido un poco más panfletaria, pero es una película de terror.
Por supuesto que la sociedad que me rodea siempre influye, yo no solo me inspiro en las obras de los demás sino también en mi entorno. Si viviera en un country seguramente mis películas, mi arte o mi música serían otra cosa y para otro tipo de público. Pero yo soy de barrio, nací y crecí en el barrio, en una familia normal, mis amigos son todos laburantes. Yo creo que Cuando acecha la maldad, aunque no fue consciente, sí viene de otras ideas que eran conscientemente politizadas. Muchas escenas y circunstancias de la película estuvieron inspiradas en otros guiones que estaban netamente politizados.
La escribiste en 2019, cuando todavía no había ganado Milei, ni había crecido el fenómeno de los libertarios, que tuvo uno de sus puntos de gestación en la pandemia. ¿Hoy se le agregan más lecturas a esa figura de lo maligno?
Es parte de nuestra sociedad y de lo que nuestra sociedad entiende. Yo al demonio lo veía como Hitler. A mí me preguntaban todos: quién es el nene, por qué se lleva a los nenes, dónde está el monstruo… Y bueno, el monstruo son las próximas generaciones y este tipo, que puede ser un Hitler o puede ser un idiota también, que apriete un botón y mate a millones de personas, o contamine un río y haga mierda el planeta. Pero a su alrededor están todos los que lo pusieron ahí, lo gestaron. Es esa generación que lo sigue y que lo va a bancar hasta las últimas. Pero cuando escribí la película, pensar en Milei como presidente era como cuando decían que Macri iba a ser presidente… ¡Yo me cagaba de la risa! Pero bueno, evidentemente pasan estas cosas. La película salió justo en las elecciones, justo con ese nombre y con ese trasfondo. Si sacamos la cuestión fantástica y de terror, lo que cuenta es la propagación de ideas fascistas y del odio, cómo se implanta en la cabeza de la gente y se contagia. La locura también. Bueno, ahí está: ese puede ser el monstruo.
En el momento del estreno, justo antes del ballotage, había una discusión sobre si los artistas debían expresar sus opiniones o no. Mientras muchos decidían no hablar, vos publicaste en tus redes una escena de la película y una pregunta: “¿Votaste a un embichado?” ¿Nunca dudaste de si estaba bien pronunciarte?
Primero pienso como argentino, y como argentino veo una realidad que no me gusta, siento que peor sería callarse la boca. Todos los artistas sufrimos las consecuencias de pronunciarnos, desde la prensa y la difusión hasta la falta de laburo. La mitad de la gente piensa diametralmente opuesto a lo que vos pensás, y callarse la boca es estar bien con todos, o con casi todos, pero no sería estar bien conmigo.
Si yo puertas adentro fuera un tipo al que no le interesa lo que pasa con su país, entonces estaría bien. Pero puertas adentro yo me la paso peleando por política. Es algo que me interesa desde muy chico. Vengo de una familia combativa, y hay algo de mi generación, la de los 90, que no nos permite callarnos la boca. Porque lo vivimos y vemos cómo se repite la historia. Siempre en mi profesión, y sobre todo en el género que yo hago, te la estás jugando.
pinta tu aldea
Cuando acecha la maldad fue la primera película latinoamericana en ganar Sitges, el festival de cine de terror más importante del mundo. Se estrenó primero afuera y después en Argentina. Llegó a nuestras salas en noviembre pasado, entre las elecciones generales y el ballotage. Agotó todas las entradas y ocurrió lo que nunca sucede para un estreno nacional: la cantidad de salas donde se proyectaba empezó a crecer desde su segunda semana en cartel. El boca en boca funcionaba. Fue tema de conversación en Twitter, en Youtube, en los streams, en los asados, en el colegio, en la oficina. La gente incluso usaba el póster para militar en contra de Milei. Se transformó en la producción nacional de terror más vista de la historia en Argentina.
La película es una historia universal de terror, que podría haber sido filmada en cualquier pueblo de Estados Unidos pero se hizo en el interior de la provincia de Buenos Aires.
¿Por qué pensaste en la ruralidad como eje central para el desarrollo de la historia?
Estaba intentando crear algo diametralmente opuesto a lo que venía haciendo con mis películas anteriores. Aterrados es una historia que ocurre en el conurbano, en un suburbio donde había tres casas y cuatro personajes. Acá yo quería hacer una especie de road movie de terror. Quería que los personajes viajaran y que se vieran muchos paisajes, cambios en la escenografía, que eso fuera parte de la historia. El ambiente rural me llamó, lo necesité.
Filmaste Cuando acecha la maldad en lugares del interior de Buenos Aires como San Andrés de Giles, Ciudad Evita, Escobar, Lomas de Zamora. ¿Qué había de especial en esos lugares?
Sí, lo que más se ve es en San Andrés de Giles. Yo tengo muchas batallas absurdas cuando hago cine, pero son batallas importantes. Hay muchas películas que se hacen desde Capital, porque hay toda una lógica: las escuelas de cine están en Capital, las productoras también, entonces es más barato. Mis propuestas han sido siempre en el conurbano. ¡Vos no sabés las batallas que he tenido yo para filmar cruzando la General Paz! Parece absurdo, pero no es tan absurdo. Está todo el esquema armado para que sea mucho más caro filmar un poco más lejos. Es muy lindo que reconozcan que mis películas se han hecho afuera, porque me ha costado muchísimo filmar donde quise. En los últimos años se ha federalizado nuestro cine. No ahora, ¡antes de este loco! Sigue habiendo muchas provincias que están recibiendo rodajes, que tienen políticas como la devolución de impuestos, que hacen que se vaya a filmar bastante más. No fue el caso de Cuando acecha la maldad, nosotros tuvimos que salir de Capital todos los días y volver para filmar en el campo. Pero tenemos un país tan grande, una cultura tan vasta, que es una locura no aprovecharla. Vienen de otros países a filmar en nuestros paisajes, y nosotros filmamos adentro de countries.
En estos días se estuvo hablando mucho de mitos del interior como el pombero en las coberturas de la desaparición de un niño en Corrientes. ¿Cuál es tu reflexión sobre contar mitos urbanos como historias de terror?
Contar mitos urbanos está buenísimo y hay un montón de mitos muy interesantes para contar en nuestro país. A mí lo que más me gusta es inventarlos. Lo divertido después es que se termina transformando en una nueva mitología, como con la figura del embichado.
Los animales endemoniados, la nena que vuelve de la muerte: trabajaste figuras que resuenan de los clásicos del terror. ¿Cómo pensás ese diálogo?
En realidad yo no los tengo muy presentes. Si bien no podemos esquivar la referencia a Cujo de Stephen King, lo que intento siempre es que lo que hago no se parezca tanto a cosas que ya vimos. Pero los clásicos son clásicos y son casi ineludibles. Seguro que los autores clásicos están implícitos en mis películas, pero no encaro mis cosas siendo muy consciente de las obras de los demás.
El personaje de Mirtha, la mujer que sabe cómo cazar la maldad, parece tener muchas semejanzas con el personaje de Van Helsing en Drácula. ¿Fue una apuesta reelaborar este tipo de personaje?
Cuando escribí esta película, un poco de forma inconsciente, sabía que las mujeres eran las que tenían la posta. Son las que dicen “no, no hagas esto”, o te dicen la verdad. Pero no ha sido muy pensado, quería que sea una mujer grande para poder tener su experiencia previa, y como los protagonistas eran hombres, quería que las mujeres sean las que transportan la verdad.
Los niños por otra parte no son solo víctimas, son los protagonistas de la historia. Logran dar mucho miedo. ¿Cómo fue trabajar con ellos?
(Se ríe) Yo no soy padre, y siempre cuando tengo niños lejos estoy más tranquilo, estoy más… me alteran mucho los niños. No a punto tal de querer matarlos ni nada, eh.
Pero cuando uno escribe mete niños por eso que le da al guion, ese punto de tensión que necesita. Que un niño o una niña estén en peligro es necesario para la historia, pero después te querés matar porque tenés que realmente trabajar con un niño. Y lo que yo aprendí, tanto en Aterrados como en Cuando acecha la maldad, fue que el mayor problema de trabajar con niños son las regulaciones para filmar. No podés hacer nada, solo tres horas por día, tres veces por semana. Lo normal que yo espero es que se distraigan, que no les salga algo. Pero que encima te vuelva loco la gente de minoridad es una pesadilla.
¿Sabés si vieron la peli?
¿Los chiquitos o la gente de minoridad? (Se ríe). Yo sé que la vieron, pero no es mi responsabilidad. Yo a la edad de ellos miraba películas de terror y esa fascinación por el género me llevó a representar una pequeña porción de nuestra cultura. Ese tabú que hay en la sociedad con la violencia, con la muerte, a veces no es tan así.
¿Cuáles son las historias que te dieron más miedo?
Me ha asustado siempre El exorcista. Y en general, todo lo que son fenómenos paranormales y poltergeist son las que más me pueden llegar a sugestionar, las cosas que no son monstruos pero que cuentan el terror desde el fuera de campo. En la vida real me asusta mucho más ir al médico.
