una guerra fría en el hielo del sur

La Antártida se vuelve cada vez más una conversación a nivel geopolítico, donde los polos se configuran como los próximos bastiones a conquistar. Argentina tiene fichas en ese terreno, pero ¿puede aprovecharlas? Noticias de último momento y paradojas del último continente.
Esta nota comenzó a escribirse en diciembre de 2022, o un poco antes, tal vez, cuando iniciaban los preparativos para viajar a la Antártida (pasar talles para mameluco térmico, para calzado, certificado de vacuna de Covid, confiar en el clima para llegar allá). Entonces, el Gobierno emprendía una campaña para antartizar a la población, contagiar la identidad helada y valorizar la soberanía nacional en el polo sur. El Hércules cruzó así la ventana temporal y climática del preverano austral hacia el continente helado, y llevó en su interior a grupos variados de personas, entre ellos, periodistas, para que expandieran las noticias sobre ese confín que por aquellas fechas tenía luz plena durante las 24 horas. A esa primera entrega le tocó una pastilla feliz: Argentina ganaba el Mundial de fútbol luego de 27 años de espera y en ese último bastión nacional se replicaba una alegría que hoy suena lejana, casi en resolana. El comedor de la Base Marambio se había convertido en un rescoldo en medio del barro del continente, apenitas manchado por la nieve fina que caía de vez en cuando, y alojaba la algarabía de todas esas personas que confluyen cada año en el lugar: científicos de distintas ramas (clima, biología, ingeniería eléctrica) y militares de carrera, aspirantes litoraleños que conocían por primera vez el frío.
La segunda entrega de esta serie intentaba entender la importancia política de sostener una identidad antártica, de marcar terreno en esa tierra sin guerras, sin negocios, sin industria, que los poderes relojean a sabiendas de que ahí puede estar el tanque de reserva del planeta. Jorge Taiana, entonces ministro de Defensa durante el gobierno de Alberto Fernández, repetía en su escritorio en Buenos Aires que la importancia de una política atlántica con vistas al polo sur era clave para las discusiones futuras.
Un año después, en el balotaje de noviembre, Javier Milei obtuvo en ese distrito el 90,57% de los votos frente al 9,42% que cosechó Sergio Massa. Esta tercera entrega comienza con el primer viaje oficial del vencedor: el 6 de enero de 2024, el libertario se calzó un traje anaranjado, armó una troupe que se completaba con los ministros Patricia Bullrich y Luis Petri, y subió al Hércules junto a su hermana Karina para anunciar en Base Marambio que daba inicio a una campaña que buscaba combatir el plástico en Antártida. El presidente que niega el cambio climático encabezaba un acto donde se hablaba del cuidado del planeta y se abría una primera y anonadada pregunta: ¿qué sucedía ahí? La coherencia en sostener el negacionismo del calentamiento global, “otra de las mentiras del socialismo”, según sus palabras, presentaba una muesca con esas “actividades de cooperación entre la Argentina y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) para la utilización de tecnología nuclear en el control de la contaminación por plásticos en la Antártida”. El Organismo se hacía presente de la mano del argentino Rafael Grossi, su director general, que casi un año después acompañó el anuncio de lanzamiento del Plan Nuclear Argentino.
Al primer viaje le siguió un recorte feroz en ciencia y educación, la retirada de la delegación argentina de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Azerbaiyán, y todo retomó su rumbo acostumbrado: las políticas ambientales no son prioridad para este gobierno pero Antártida, sin embargo, es otra liga, el botín de una reñida partida de póker. O un TEG con mapa, piezas, jugadores que mantienen el nervio solapado para conservar la diplomacia al amparo de un tratado, el Antártico (1959), que se sostiene casi milagrosamente, pero con la sospecha de que a su final aguarda una trampa.
En los polos aplica la política de la espera. Guo Peiquing, profesor de derecho y política de la Universidad Océano de China, lo describió así en The Guardian hace un tiempo: “La exploración del continente es como jugar ajedrez. Es importante tener una postura en el juego global. No sabemos cuándo se producirá el juego, pero es necesario posicionarse”. China, sin tener reclamo de soberanía, es una de las potencias que más pujan por asegurar su presencia en la Antártida. A medida que pasan los años, esa importancia se reafirma al tiempo que los hielos, al norte y al sur, decrecen y reconfiguran una geografía que, muchos advierten, deparará sorpresas.
los canales marítimos
El Estrecho de Magallanes es el principal paso marítimo entre el Pacífico y el Atlántico. Es, también, la llave maestra para entrar a la Antártida, pese a que sus vientos rabiosos y las mareas gigantes impongan desafíos navieros para lograrlo. Quienes piensan el mapa incluyen en el paquete a los espacios marítimos del Atlántico Sur, los territorios insulares de Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
Existe un vínculo histórico entre los polos, los océanos y el comercio. Las rutas marítimas han sido durante décadas la principal vía de comercialización de las potencias. Hoy todavía lo son, mueven el 90% del total. A su alrededor China y Estados Unidos emprenden un minué político y económico por momentos más sutil, por momentos más afiebrado. “Los polos en general y la Antártida en particular incrementarán su importancia, en virtud de su papel como vías de comunicación, fuentes de recursos, áreas de protección ambiental, espacios para investigación científica y turismo. Por ello, es posible que el Atlántico Sur y la Antártida se transformen en uno de los diversos escenarios hacia donde derrame la puja”, dice Jorge Malena, sinólogo, director del Comité de Asuntos Asiáticos, refiriéndose a esa puja —no tan— solapada de titanes.
“Se muestra cada vez con más claridad que el Atlántico Sur, el paso interoceánico y la Antártida van adquiriendo más relieve estratégico. Yo creo que el siglo XXI para la Argentina debiera ser el siglo de consolidación de su presencia —dice Jorge Taiana en el Centro Internacional de Estudios Políticos de la UNSAM—. Primero, porque los pasos interoceánicos por donde ocurre el comercio son pocos. En un mundo más fragmentado política y estratégicamente, los lugares que estaban seguros ya no son tan así”. Taiana se refiere a transformaciones y complicaciones que están, en muchos casos, generadas por consecuencias del cambio climático que atravesamos y lo que significa el confín helado para quienes quieran navegar en esas latitudes.
Todo canal que se altera trae dolores de cabeza y pérdidas millonarias para ese vastísimo universo. El canal de Panamá ha dado cuenta de esos sacudones. En febrero de 2024 tuvo su récord de sequía. Eso, que impactó en los niveles de agua, tuvo su contrapartida con las inundaciones potenciadas por la deforestación, que también hicieron lo suyo. Resultado: el tráfico se redujo en un 40% y muchos barcos se vieron obligados a emprender camino por rutas más largas.
Por su parte, el canal de Suez, vía de comercio entre Europa y Asia, mostró lo suyo cuando el portacontenedores Ever Given quedó encallado mientras viajaba desde el puerto de Tanjung Pelepas (Malasia) al puerto de Róterdam (Países Bajos) e interrumpió el tránsito por seis días en 2021 (además de estar inmovilizado durante casi cien). El 10% del comercio mundial se atoró durante casi una semana hasta que todo fue resuelto. En el camino, contabilizaban pérdidas por unos 9600 millones de dólares por día. Más cerca en el tiempo, el conflicto con los hutíes en Yemen, en la zona del Mar Rojo, y sus ataques a buques comerciales revivieron las complicaciones.
Hay otras transformaciones que avanzan silenciosas hasta que dan el zarpazo. La tundra, en el Polo Norte, es uno de los biomas más fuertes de la tierra, y en el Informe Ártico 2024 de la Agencia Oceánica y Atmosférica estadounidense se advierte que está liberando todo el dióxido de carbono que capturó durante décadas. Las causas: el aumento de temperaturas, el deshielo, que trae consecuencias tan inesperadas como la aparición de fósiles increíblemente bien conservados y algo que refuerza un conflicto: un cambio en el Paso del Noroeste, ruta marítima imposible, que comienza a convertirse en una vía domable, en especial para los países del norte como Canadá, Estados Unidos, Rusia, que disputan el control de las aguas.
“Lo que creo que está pasando es que la idea que había crecido en el siglo XX de que el desarrollo de la aviación arreglaba todo de norte a sur es antigua. Ahora se revalorizan estas cosas”; dice Taiana. Para él, entonces, la Nueva Ruta de la Seda que emprende China se proyecta en dos: una, para llegar a Europa a través del Mar del Sur de China, que busca poder estratégico en las islas Spratly, del Estrecho de Malaca, y otra para arribar a los puertos costeros del Pacífico Sur. “China sabe que el 40% de su petróleo viene por el estrecho de Malaca y que, si los americanos ponen un portaaviones con los 10 barcos que lo rodean, no pasa nadie. Hay pocos pasos y acá hay dos buenos pasos. Y controlarlos es importante”. Con “acá” se refiere al sur del sur.
un club complejo
“La soberanía es un concepto que reaparece progresivamente. No se pueden abandonar ni la investigación científica ni la paz pero, cambio climático mediante, búsquedas extractivistas encubiertas, reales o imaginarias, lo cierto es que la Antártica cobra mayor importancia. Sea simbólica, discursiva y subjetivamente o con nuevas bases y presencias. Y las visitas de los mandatarios son traducibles en el presente en un ancho margen de banda. Es obvio que no sirven las lecturas fáciles ni binarias. El club de Antártica es complejo y en extremo un campo de fuerzas sutiles, pero existentes”. Quien dice esto es Ignacio Vidaurrázaga, periodista chileno que por estos días analiza el rol de su país en el sexto continente.
Son aproximadamente 70 bases científicas que pertenecen a 30 países. De ellos, apenas siete reclaman soberanía: Argentina, Australia, Chile, Francia, Noruega, Nueva Zelanda y Reino Unido. El pedido se sustenta en cuestiones geográficas, geológicas o históricas. Con el Tratado Antártico, sin embargo, todos esos reclamos están en stand by. Entre otras cosas a definir, hay una en particular que nos atañe: Argentina tiene presencia permanente desde 1904 y argumentos de proximidad; Chile, otro tanto sobre la base geológica. Ambos países, además, mantienen “civiles” habitando esos territorios (hasta existió una carrera por ver quién ostentaba el primer “nacido en Antártida” del mundo). Hay una extensión que se superpone a estos pedidos y un tercer jugador, Reino Unido, que exigió ese reconocimiento en 1908 sobre un territorio que abarca por completo lo señalado por Argentina.
El colonialismo tiene su vela prendida en esta región. No se resuelve la disputa, pero tampoco se abandona. Trabajar en ciencia, en territorio y con soberanía es una apuesta a largo plazo, un modo de marcar la cancha. Así, Boric en Chile impulsó el buque Almirante Viel, el primer rompehielos construido en Sudamérica. Ese surcar el Mar de Weddell es una jugada en esa línea, expedición científica y envío de señales. Por otra parte, en enero de 2025 el presidente chileno llegó al polo sur en la Operación Estrella Polar III, y arribó a una base norteamericana, la Estación del Polo Sur Amundsen-Scott. “Ya sabemos que en la Antártica todo habitualmente es jerarquizado: el primer presidente, el único rompehielos, la mayor delegación, la primera pilota de un helicóptero, y así se suman las magnitudes”, analiza Vidaurrázaga.
Si se hace necesario pensar en términos regionales, y no solo en los límites antárticos, en este juego de ajedrez es preciso mirar los movimientos de Reino Unido. De vez en cuando, perdidas en los diarios, asoman noticias que solo quienes siguen el tema toman en cuenta: de las más recientes, las novedades sobre los ejercicios militares en Malvinas de la Sección 2 del Regimiento Real de Fusileros Gurkhas. El objetivo sería desplegar fuerza y destreza para trabajar en Antártida, según leen muchos analistas. Un artículo publicado en el británico The Telegraph complementa el cuadro. Su título esquiva toda sutileza: “La bonanza petrolera de la Antártida podría salvar a Gran Bretaña, pero hay que llegar antes que Argentina”. Además de invitar a esa carrera, el autor, Tom Ough, señala que tal vez estamos al filo de un fin de la era del excepcionalismo y el avance sobre los polos en una nueva etapa inaugural. Se sirve para ello del famoso “perforaremos, baby, perforaremos” de Donald Trump en su discurso de asunción, y su claro target en el Ártico como reserva de petróleo.
debajo del hielo
De la Antártida “vemos” solo el 2% de su superficie. El resto queda bajo el hielo espeso, que representa el 90% de las reservas de agua dulce del mundo. Esa capa, que parece infranqueable, en los últimos años muestra fisuras. Desde 2015 se registra una reducción progresiva y se calcula que, en la actualidad, se pierden un promedio de 150.000 millones de toneladas por año. Por debajo de esa capa ahora tan mutable la exploración y explotación de recursos minerales, incluido el petróleo, están prohibidas por el Protocolo de Madrid (1991), que forma parte del Tratado Antártico. Esto reafirma al continente como un titánico tubo de ensayo, sin margen, por ahora, para el mercado. Pero dentro de la zona reclamada por Argentina, según se anunció en 2024, se habría detectado una reserva de hidrocarburos gigante; algo así como treinta veces más que Vaca Muerta. Los medios internacionales extendieron la noticia sobre el supuesto descubrimiento a manos de un equipo ruso y, una vez más, avivaron la pregunta por el futuro del cuerpo transnacional. Más allá de que los cálculos permiten intuir que se alojan abundantes proporciones de tierras raras, minerales, hidrocarburos y más debajo de la región más protegida del planeta, el estado actual solo admite especulaciones que a medida que se intensifica el cambio climático se hacen más certeras.
“Uno, el 80% del agua dulce está en la Antártida. Y dos, se supone que está encima de un montón de minerales, oro, cobre, hierro, plata manganeso, tierras raras. Todo lo que vos quieras está ahí abajo”, resume Taiana. Esa variedad se extiende a la pesca, que es la que sortea la restricción de explotación comercial. Esta actividad se arraiga a las bases históricas de la presencia humana en este continente. La pesca de focas y ballenas era común en el siglo XIX y fue tan intensa que llevó a esas especies al borde de la extinción. Cientos de buques llegaban a esta parte del globo para convertir animales en aceite, y en poco tiempo la población menguó. Como respuesta, surgió la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas del año 1946, pero fue recién en la década del ochenta que se puso término a la caza comercial, aunque otro tipo de amenazas continuaron. La pesca de krill, su alimento principal, sí está permitida y eso genera un desbarajuste más grande.
Mide seis centímetros, pesa dos gramos, y en un metro cúbico pueden caber treinta mil ejemplares. El krill, algo así como un camarón minúsculo y etéreo, es codiciado en el mundo y genera millones a la industria, que lo vende en varios formatos, incluso en pastillas. Pingüinos, focas y ballenas se alimentan de él. Y esto le agrega una capa de complejidad a la ecuación. En esa disputa, más allá de métodos más o menos sostenibles, se instala una carrera por el alimento. En 2024, un grupo de científicos registró un récord llamativo; una ballena jorobada recorrió una distancia inédita al atravesar dos cuencas oceánicas. Lejos de entenderlo como un rapto de intrepidez, los científicos aportaron dos explicaciones: o la búsqueda de reproducción la llevó lejos, o acaso lo fue el rastreo de alimento. Ambas explicaciones confluyen en la reducción de las raciones de krill en los mares que obligan a ampliar las migraciones. La Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos establece cuotas de pesca y año a año se reúne para analizar la situación, pero en los últimos encuentros los acuerdos han trastabillado por presiones para bajar las exigencias en vistas de que el mercado pide más y más krill, en especial por el furor de pastillas Omega 3 para consumo humano.
plantar bandera
Para viajar a Antártida se precisan, en principio, dos cosas: o mucho dinero (el turismo polar es para pocos con mucha plata) o contactos y justificativos (científicos, políticos o militares). Si desde diciembre de 2023 las condiciones cambiaron y las inversiones en ciencia, lo sabemos, se desplomaron, ¿qué ocurre ahí, tan lejos, tan cerca? Hablamos con varias personas pero las respuestas fueron escuetas. Antártida sigue en funcionamiento, las campañas se mantienen, dicen, pero no hay detalles sobre los impactos del recorte de presupuesto, ni científicos abiertos a hablar demasiado. El precio es claro: una palabra de más puede cerrar las compuertas para volar en el Hércules o arribar en el Irízar.
“La conclusión es que el Gobierno no tiene política para alguno de los temas centrales de la democracia, como puede ser el cambio climático, como puede ser el desarrollo de un mundo multipolar, con la importancia, la reestructuración de un orden internacional basado en el derecho internacional. No hay ningún concepto de soberanía ni de defensa de soberanía ni de visión estratégica respecto de uno de los temas que son cada día más relevantes en el escenario internacional”, concluye Taiana.
Daniela Liggett se especializa en estudios de Antártida, ambiente y circulación del turismo. “En los últimos tiempos, el Sistema del Tratado Antártico parece haber sufrido un estancamiento institucional, ya que no se han agregado acuerdos importantes al Tratado Antártico desde 1991, y los problemas heredados, como la soberanía no resuelta de la Antártida, afectan negativamente los procesos de toma de decisiones”, afirma la investigadora en su último artículo. Un modo de decir que el mundo que conocíamos parece resquebrajarse y, con él los acuerdos y los modos de sostenerlo.
La materialidad también cambia. El paisaje muta y quienes lo estudian encienden las alarmas: aparece basura, plástico, deshielo… y hollín. El humo de grandes incendios en Brasil (2007) o en Australia (2003) paseó por la Antártida, impulsado por los vientos, según registró en su momento el Instituto Antártico Chileno (INACH). Un escenario que en los últimos años se ha repetido e intensificado. El aire, además, también ha sido medido y las huellas humanas se multiplican. Un estudio inédito de la UNLP dio cuenta de la presencia de microplásticos en el aire de la base Carlini. Otras investigaciones dan cuenta del avance del musgo en los últimos años, un reverdecimiento que, lejos de conmover, preocupa. Los territorios preservados mutan y las preguntas se agigantan. Todo ello instala una paradoja, como la llaman los especialistas Alejandra Mancilla y Peder Roberts: “No es suficiente proteger un lugar protegiendo solo ese lugar”.
La base más austral de Argentina es la Belgrano II. Allá hay cuatro meses de día, cuatro meses de noche, cuatro meses de penumbra. A 1300 kilómetros del punto más austral, hay una cueva, una capilla, un museo, depósitos, las auroras australes en el cielo. Más abajo, está el Polo Sur Ceremonial, un área de la base norteamericana Amundsen-Scott. Allí hay una bola de metal rodeada de las banderas de los países que firmaron el Tratado Antártico que en 2048 los miembros consultivos pueden revisar. Más abajo todavía, está el polo sur geográfico, pero allí hay solo una estaca que cambia cada año de lugar por el movimiento de los hielos que, sigilosos, se desplazan diez metros cada año. Todo recuerda que nada de lo que parece inamovible está en realidad en quietud total.
