dinero enviado

Miles de migrantes hacen malabares cada mes para enviar guita a su país de origen y ayudar a quienes la necesitan para bancar la parada. Pero las remesas no se reducen solo a un plano económico; está en juego algo más, un extra espiritual, un modo de sostener lazos. Cinco personas de diferentes países narran sus modos de organización y las intrincadas peripecias financieras que despliegan para hacer llegar un dinero indispensable.
En 2006, en el barrio Biswanath, en Sylhet, compraba pintura y escribía “ARGENTINA WORLD CUP” en las paredes. Allá, de chico, aprendés primero, no sé, los mapas y después sobre fútbol argentino. Y cuando vine me volví más fanático todavía. Me gustaba todo de este país sinceramente, la economía, todo. Cuando llegué en 2014 el dólar estaba a 9 pesos, recuerdo ese momento. Y me quedé acá, primero había ido a Dubái y había mucho sol, cuando vine pensé “qué lindo país”. Antes era un quilombo porque yo no tenía documentación y Western Union me pedía un documento vigente, entonces se me complicaba, tenía que pedir ayuda. A veces cambiaba con alguien que fuera [allá]. Ahora hay algunas aplicaciones con cripto y le pido a alguien que mande por mí y yo le doy los pesos. 100, 200, 500 dólares, así, a alguien de mi familia, porque ellos allá están juntos, entonces es lo mismo. Y ellos contentos, felices. A veces para gastar, a veces para comprar alguna cosa especial. No es suficiente pero tengo familia en Inglaterra, Estados Unidos, entonces no necesitan mi dinero, si yo puedo mandar ellos contentos. Si no mando, no pasa nada, porque ahora no me sobra como antes, alquilar está caro, todo caro, cualquier mercadería es de alta gama. Vas a la verdulería y tenés que mirar bien cuánto sale la papa, mirala bien porque puede ser muy alto. Ahora con un kilo de papa acá compro dos en Bangladesh. Cuando llegué, mandaba 10 mil pesos y eran 50 mil dhaka. Ahora mando 50 mil pesos y son 9 mil dhaka. Todo al revés. Ahora no hay tantos banglas acá, todos salieron cuando pasó lo de la crisis [la inflación en 2023]. Yo tenía a mis hermanos y se fueron a Estados Unidos, pero ahora también es todo un quilombo allá. Igual me gusta quedarme acá, pase algo bueno o malo, apoyo y listo. Llevo diez años, si voy a ir a otro país tengo que empezar de nuevo, es difícil ese pensamiento. Soy musulmán, nosotros nos ayudamos con lo que podemos. Cuando rezás, vos no pedís por vos, vos pedís para otros y otras, pero eso también te puede ayudar a vos. Cuando lavás la ropa con jabón, tu mano también se lava: lavando tu ropa, lavás tu mano, ¿entendés? Mi papá se fue a Arabia Saudita y trabajó veintidós años allá y nos mantenía a nosotros y a nuestros estudios. Ahora él está jubilado y nosotros le mandamos plata para que viva tranquilo, todos nos ayudamos entre todos, nadie dice “yo ayudé a uno”, “yo pagué esto”, eso no existe allá, familia es familia. Hace poco yo mandé y mi hermano mandó, y bueno, el próximo mes manda el otro hermano. Pero no quiero pensar en los que están lejos, sufro, porque si les pasa algo a mis padres yo no podría viajar rápido. Pero la vida es así, natural, las cosas duelen, pero igual tenés que aceptarlas.
Mehmood, 35 años.
Comerciante.
ahorrar en pesos
Mis papás vinieron de jóvenes, a los 18 años, a buscar trabajo. Mi mamá siempre trabajó en rotiserías, en textil, y mi papá siempre fue chapista. Y acá nací yo. Por un tema familiar tuvieron que volverse a Paraguay; y después volví a los 9 años y medio. Allá me quedaron mi abuela, tíos y tías, varios parientes. En mi familia muchos decidieron migrar porque no hay oportunidades. Y las familias son numerosas. El 60% migró acá a la Argentina, ya construyeron vínculo. Y cuando viajan es para visitar. Mi mamá intentó vivir en Paraguay y no aguantó. Doble laburo y no te alcanza. Acá tenés dos o tres laburos pero te alcanza. Allá la gente labura día y noche, no descansa, no conoce las vacaciones, no hay ayuda social. Acá también a veces te explotan, pero en Paraguay es todo explotación, no hay derechos laborales. Mi único motivo es mi abuela, ella me crio y es como una madre para mí. Imaginate que mi abuela tuvo catorce hijos y el 60% migró acá, para Argentina. Le enviamos dinero todos los meses porque le suspendieron la jubilación y hace un año que no la cobra. Ella tuvo siete varones y siete mujeres, pero mis tíos varones no aportan un peso, solo si hay puteada de por medio. Yo tengo dos o tres laburos, entonces no afecta tanto mi economía. También tengo un servicio de catering, me la rebusco. Desde hace unos años hago comidas típicas de Paraguay, Bolivia y Perú. Me ayudó mucho a trabajar con la comunidad, reconocerme. Hoy es una plata que no vale y allá sí. A ella le sirve para sus gastos. Las nietas y las hijas mandamos 25 mil pesos cada una todos los meses, no llegamos a 200, es entre 150 y 175, pero le alcanza. Hay un grupo de WhatsApp que se llama “Hermanas” donde discuten las cosas de mi abuela. Ahí están mis tías, pero ellas no hablan. “Tal fecha tengo que hacer el envío”, dice mi mamá. Algunos le dan en efectivo y otros en transferencia. Y entre el 15 y 20 de cada mes mi mamá va al Western Union y lo manda. Manda el comprobante en el grupo, eso es importante para crear la confianza de que la plata está yendo. Nosotros se lo hacemos a otra persona el envío porque mi abuela tiene problemas de movilidad, entonces se lo pasamos a una persona y esa persona se lo lleva a la casa. Pesos argentinos, siempre, el paraguayo no utiliza el dólar; el boliviano y el venezolano sí, pero el paraguayo todo peso. No sé si es cultural o más bien práctico. Nosotros en general ahorramos en pesos y llevamos pesos. Ahora el peso argentino no vale nada, te vas a otros países y se te cagan de risa. Pero el esfuerzo lo tenemos que hacer igual porque mi abuela tiene que sobrevivir. Ahora cada vez van menos personas a pasar las fiestas a sus países. Los migrantes latinoamericanos van a ver a sus familias en las fiestas, pero en este último año el peso no sirve. Hace poco, en enero, una prima discapacitada viajó a Paraguay a la boda de mi primo y se pescó neumonía. Tuvimos que juntar plata entre todos: hicimos rifas, torneos de truco, de fútbol, así juntamos la guita. En el barrio, en San Martín, se ve todo el tiempo, siempre alguien está juntando plata porque tuvo una desgracia y tiene que mandar. Mi mamá recuerda mucho el 1 a 1 porque el peso argentino valía mucho en otros países de América Latina como Bolivia y Paraguay. Un año cobré una guita acumulada en el laburo en Navidad, hace quince años o más, y llevé a toda mi familia a Paraguay. Pagué todo, el viaje, las comidas. En ese momento disfrutábamos más del cambio, podíamos irnos de vacaciones. Ahora es difícil, pero el esfuerzo lo tenemos que hacer igual porque mi abuela tiene que sobrevivir, si no le cortan la luz y el agua. Se llama Hermogena, tiene 83 años. Me hace videollamada casi todos los días.
Zulma Monges, 37 años.
Catering.
sánguche de milanesa
Cuando yo era chico teníamos un tío que mandaba y nos juntábamos en familia a ver qué había mandado, porque era dinero pero también había regalos. Nosotros éramos niños, mirábamos los regalos. Es muy habitual que todo el pueblo vaya al aeropuerto a recibir al que se fue, y cuando él venía de visita era una sensación. Íbamos en excursión, era un paseo comunitario. Las remesas están arraigadas en el imaginario cultural en El Salvador, todo el mundo tiene un familiar que está en Estados Unidos y el 80% recibió o recibe dinero. Y se genera una dinámica familiar transnacional: el que está en Estados Unidos condiciona las decisiones de la familia que está en El Salvador porque es el proveedor. Las remesas funcionan como un subsidio hacia la base más baja de la pirámide, que de alguna manera garantiza que los niveles de pobreza no sean los que hay en otros países de Centroamérica. Pero es ficcional, no es dinero que se genere en nuestra economía sino que es más mano de obra que migró. Y por ese flujo de divisas que mandaban los migrantes es que fue posible la dolarización. Entonces hay una distorsión entre lo que cuestan las cosas y lo que genera la economía. Hay mucho migrante que compra propiedades en El Salvador, pensando en su retiro, con sus salarios de Estados Unidos, y es inalcanzable para alguien que vive en el país. A mí nunca me interesó Estados Unidos, yo era antiimperialista y vine a Argentina en 2014 a estudiar. Argentina en los imaginarios era un lugar de empleo, era fácil regularizarse y ciertos trabajos, más técnicos, eran muy demandados. A los argentinos te los encontrabas de viaje por el mundo, había mayor poder adquisitivo. Y yo pensaba, entonces, bueno, voy a estar bien. Pero ahora me cuesta ver a Argentina como un polo de atracción porque todo es muy incierto. Yo me organizo con mis hermanos para mandar dinero. Mi padre falleció hace mucho y mi madre está sola, estaría en una edad de jubilación, pero siempre trabajó informal. Comercio de lácteos, utensilios de cocina, servicios funerarios. Nunca tuvo aportes, que es algo muy típico en El Salvador, por eso somos los hijos los que apoyan a sus padres cuando envejecen. Hoy la línea de pobreza está en 300 dólares: yo envío entre 65 y 100 todos los meses y mis hermanos también, y mi vieja zafa. No pude enviarle en el peor momento de devaluación del año pasado y tampoco en la corrida de 2018. Ahora que no crece tanto el dólar mi desafío es poder organizar mi presupuesto, porque aumentaron mis gastos en casi todo lo demás. Pero las restricciones cambiarias hacen muy difícil hacer transferencias hacia afuera. Y uso estrategias de hormiga para evitar las comisiones de Western Union. Durante mucho tiempo estuve de novio con una salvadoreña y a ella la ayudaba su abuela desde Estados Unidos. Entonces yo le daba los pesos a mi novia y su abuela le transfería a mi mamá en dólares. Así se evitaban filas y yo me evitaba la comisión. Hace poco un amigo viajó y le mandé para varios meses, así mi mamá va agarrando mes a mes una cuota. El año pasado vino una amiga de México y yo le daba y ella le pasaba a su cuenta en dólares. Pero lo que le paso a mi vieja ahora es poco, le sirve muy para lo mínimo. Cinco dólares son una comida popular, un sánguche de milanesa, digamos.
César Saravia, 35 años.
Periodista.
comisión directiva
Yo siempre divido mi sueldo de una forma ajustada: miro cuánto costó el supermercado, cuánto cuesta el alquiler y lo que sobra siempre es para mandar a Venezuela. La remesa es la prioridad, no puede fallar, sí o sí tiene que irse, porque allá la esperan. Yo soy de Barinas, como Chávez. En 2017 no había gasolina, tenía que ir de supermercado en supermercado para conseguir algunos productos. La estábamos pasando mal: teníamos algo de dinero, pero no tanto, y mis estudios estaban frenados porque había cerrado la universidad. Y aunque tuvieras plata no servía de mucho porque no conseguías comida. Me fui al aeropuerto de Caracas esquivando las guarimbas, era la época de protestas. Llegué con ayuda de un primo que estaba trabajando de bachero y arranqué en el mismo restaurante, en Palermo, el Bulls BBQ Smoke. Cobraba 350 mil pesos y enviaba 80 o 100 dólares para allá. Y ocho años después sigo mandando. Ahora hay Western Union, pero en ese momento tenía que buscar a alguien en Facebook que tuviera un contacto en Venezuela para que me recibiera el dinero y le transfiriera dentro de Venezuela a mi mamá. Cada vez me arriesgaba a que se quedaran con mi plata: me quedaba esperando a que la persona hiciera la transferencia y que no me estafaran. Y no pasó nunca, pero a mucha gente le quitaron la plata. Y como algunos vieron que todos estábamos haciendo lo mismo, empezaron a abrir establecimientos de remesas. Por qué no nos creamos una empresa, dijeron, y que la gente traiga su dinero en pesos argentinos y nosotros nos encargamos. Y mucha gente todavía lo usa porque Western Union no está en todo Venezuela. Pero, en Barinas, Western tiene un convenio con otra empresa que se llama Sub. Desde hace más de un año ya vengo enviando siempre en dólares, para que no se devalúe el dinero en Venezuela. Sé que siempre a la hora de hacer la conversión favorece en dólares. Yo manejo Uber hace dos años. Mi ingreso es muy variante, depende de las tarifas, en qué horario trabajas, pero más o menos un sueldo es 1,4 millones, 1,6 millones. Agarro 100 dólares y le envío a mi mamá mensualmente. En Western me toman el equivalente en pesos argentinos y me cobran una comisión, ellos hacen la conversión a dólares. A mi mamá le dan los dólares en efectivo, pagas una comisión aquí y allá, son unos ladrones, hacen lo que quieren, es una mafia, una trampa. Mi mamá no está trabajando, un poco después de que yo me vine su situación de salud se puso complicada, ella es una señora de 64 años que sufre de nervios, azúcar, tiene un montón de enfermedades; no le imposibilitan trabajar pero si yo puedo y está a mi alcance le envío para que ella tenga sus cosas. Yo no sé cómo están los precios en Venezuela, le pregunto a mi mamá si le alcanza y no sé si no es para no molestarme [pero] me dice: “sí, hijo, tranquilo”. No sé ni cuánto está un kilo de carne. Pero ella me dice que con eso va bien. Ella es una persona bastante activa y siempre tiene ganas de trabajar pero tenemos esa discusión: no lo hagas, deja que yo te ayude.
César Pirella, 33 años.
Chofer de Uber.
pagar en cuotas
Vine en 2007 desde Sucre, la ciudad, tenía 24 años. Mi pareja se había venido antes, la situación económica estaba muy mal en Bolivia. Le daban para quedarse donde trabajaba, pero yo venía con una bebita chiquita, necesitábamos un lugar, y alquiló una pieza en Lomas de Zamora. Ahora es más fácil ver cómo es la Argentina, pero antes nos comunicábamos todos por cartas o llamadas. Ahora podés ver cómo es un barrio precario por un video de TikTok o por Facebook. Yo no sabía dónde estaba llegando, cómo iba a ser estar en otro país, cómo me iban a tratar. No conocía a nadie y todo el mundo me decía: no salgas, te van a robar, te van a quitar al bebé. Tenía mucho miedo, la piecita tenía reja por fuera y por dentro. Dos hornallas y un colchón, nada más. Mi marido trabajaba en construcción, pero yo tardé un año en animarme. Empecé a vender jugo en una feria y cuando nos mudamos a un asentamiento, que ahora es Barrio Sarmiento, todo cambió un montón: ese miedo que tenía empezó a perderse y conocí a una organización social que me explicó que tenía derechos aunque fuera extranjera. Ahí se me hizo más fácil trabajar. Toda mi familia vive allá, la familia de Miguel también. Les enviamos dinero a mis papás, que viven en el campo en Sucre, y a su mamá. Hace seis o siete años a él lo subieron de puesto, tenía un mejor sueldo, y pedimos prestado a uno de mis hermanos para construirnos algo. Gracias a Dios en ese momento pudimos, porque si no la estaríamos pasando mal. Pero el dólar subió mucho y era cada vez más difícil devolver la plata, entonces en un momento tuvimos que dejar de mandarle a mi familia, todos esos años de la pandemia. Mi pareja además estuvo sin trabajo. Pero después volvimos a pagar la deuda y la ayuda para mis papás. Por ahora es un poco pesado para mí, porque mi pareja no está trabajando, entonces tengo que cubrir todos los gastos yo. Él, cuando trabaja, es un poco más liviano. Normalmente levanta. En pandemia se quedó sin trabajo por dos años, por eso yo entré a trabajar a la fábrica textil. Pero acorté los horarios porque antes trabajaba más horas. Lo que mandamos es una ayuda, con nuestros hermanos acordamos en poner una cuota. Cada uno pone un monto de dinero para que a mamá y papá no les falte nada, para que puedan vivir tranquilos y no preocupados. Viven en el campo allá, en Sucre, salen y entran pero su lugar es el campo y se mantienen con lo que producen. Pero necesitan ayuda. Mis hermanos entienden cuando yo no puedo, estamos lejos, se nos puede complicar. Mandamos 50 dólares cada uno, y ellos lo reciben en pesos bolivianos. Lo hacemos presencial, en un lugar que es igual a un Western Union. Siempre usamos el mismo método, y si alguna vez alguien viajaba para allá enviábamos así para no pagar la comisión. En Bolivia el dólar se mantiene igual hace dieciséis años, acá subió, nosotros para pagar la deuda comprábamos 12 mil pesos en dólares cada mes y empezó a subir, subir… cada vez teníamos que meter más dinero, cada vez se hacía más complicado. Yo trabajo en tres lugares: en la feria de La Salada, en un taller textil y en un negocio de ropa. Tres [trabajos] por la situación económica. También a veces trabajo en limpieza en Capital. Mala decisión no fue venir porque nos enseñó a crecer, pero económicamente pienso que si yo hubiera terminado de estudiar Análisis de Sistemas en Bolivia quizás hubiese estado mejor. Nosotros queríamos hacer nuestra vida, fue difícil, es difícil, y siempre decimos que nos vamos a ir porque nuestros hijos ya están grandes, tenemos esa añoranza. Nuestra hija mayor está haciendo el CBC de medicina.
Elena Chumacero, 42 años.
Feriante y empleada textil.
