no sé lo que quiero pero no lo quiero ya

La chance de posponer la decisión de la maternidad a través de la vitrificación de óvulos atrae a mujeres y a parejas envueltas en dudas existenciales o en dificultades de salud. La ciencia otorga la alternativa de poner en impasse una pregunta vital que antes requería una respuesta sin vuelta atrás. Pero para lograrlo hay que poner el cuerpo y vérselas con un sistema de salud intrincado y un mercado pletórico de ofertas. Cinco mujeres narran las motivaciones por las que transitaron este camino y los estados emocionales, físicos y relacionales que atravesaron durante el proceso.
Yo en un momento pensé que no iba a ganar la beca pero la gané y viajé [al exterior]. Fue lo mejor que me pasó y lo sentí como una bisagra. Cuando volví pensé por primera vez en muchas cosas, también me di cuenta de que había cumplido un sueño y que quizás era momento de que la prioridad no fuera tanto lo profesional sino algo más personal. Tuvimos la charla con mi novio y me dijo que no quería. La paternidad nunca fue un deseo central de su vida y yo respeto mucho esa decisión. Tampoco es un gran deseo mío. Lo que sí quiero es más adelante poder decidirlo sin que una persona me diga “no”. Él no sabe si quiere y a mí me desespera un poco que no sepa, aunque yo tampoco sepa [Ríe fuerte], porque si yo no sé y no quiero, bueno, yo no quise, pero si el otro no quiere, me lo impone. A mí me desespera la duda. Ante la falta de acuerdo surgió como algo mío, pero él me acompañó financiera, emocional y corporalmente. Lo pagamos juntos. Pero por más que tengas un compañero que te hace el aguante, él no puede hacer el tratamiento por vos. Yo puse el cuerpo, el reloj biológico lo sigo teniendo yo, la idea y la presión las sigo teniendo yo. Igual siento que me dio un poco más de tiempo. No me costó mucho, pero tenés que estar todos los días a la misma hora en tu casa para darte la inyección, no olvidarte ni un día de tomar la pastilla, hacerte una ecografía cada dos días para ver cómo van creciendo. Es una disciplina muy grande. Los últimos dos días por las hormonas estaba más llorosa, o más malhumorada, y cada vez que ponía la cosa en el líquido, en el tubito, y preparaba la inyección, tenía una sensación muy fuerte de no poder creer todo lo que hay que hacer para procrear. Cuando fui al primer control me mostraron una tablita. Literal, una tablita. Me dijeron: “Bueno, te congelamos ocho óvulos, así que tenés 40% de chances de un nacido vivo”. Así. “Un hijo nacido vivo”, le dicen. Y ahí me dijeron que me vuelva a hacer otro para tener 80% y yo dije que no porque si entrás en la estadística te despersonaliza. En lo social la barrera se corrió un montón, pero los médicos no la corrieron, en la ciencia pasa algo totalmente distinto que en la sociedad. El corte es 35 [años]. ¡Y la tecnología que te ofrecen! Para vos es la vida, para ellos el negocio. Me decían que ahora hay un coso con inteligencia artificial y podés ver qué óvulos congelados sirven. Pum, 500 lucas más. Si entrás en ese supermercado, el proyecto de vida se vuelve una mercancía. Tenés que estar muy fría, si no es agrandar el combo. Posparto de óvulos no quise ni saber que me habían hecho. Fingí demencia cuando me lo explicaron. No presté atención, no sé qué me hicieron, te duermen. No tengo ningún vínculo emocional con los óvulos. Si hubiera habido una claridad en mi pareja quizás no congelaba, pero la decisión la tomé en ese momento y está bien, una respuesta un poco cara en doce cuotas que sigo pagando en pesos y por año 300 dólares. Pero me sentí contenta, fue parte de un proceso de decisiones mías.
Paula, 34 años, docente.
montón de decisiones
Una amiga mía, que es doula, cuando le conté que estaba tratando de encarar esto sola, maternar sola, me dijo: “Tengo una persona”. Una mujer que había hecho muchos tratamientos y que había cursado un embarazo y que ahora era madre de una niña. Nos pusimos en contacto. Ya nos juntamos dos, tres veces, y compartimos mucho tiempo físico. Yo fui, conocí a la nena, y me fue contando parte de su proceso. Además, como estuvo siete años en tratamiento y tomó muchas decisiones y muy autónomas sobre el tratamiento, está muy documentada. Ella está siendo muy vital en la decisión de avanzar. Yo preservé, esperé diez años, y ahora voy a usar esos óvulos. Me hice una batería de estudios, pedí la autorización en la prepaga para que me cubriera la inseminación y me la dieron. Ahí me di cuenta de que estaba la otra pata, el tema del esperma, del banco de esperma. Y apareció el tema del donante y de los estudios. Si vos querés hacés estudios genéticos, si no, no. Depende de qué está buscando una y se abren como ventanas en paralelo. Hay bancos de esperma que son más abiertos y que te proveen más información sobre el donante, que tienen estudios hechos y te dan más variabilidad para que vos elijas cosas. En principio es por temas de salud, pero después me di cuenta de que, por ejemplo, a mí me importaban ciertas cosas que no había pensado, como que se me pareciera, o sea, que tuviera algunos rasgos genéticos que fueran similares a los míos. No sé, que no fuera pelirroja, pero no por las pelirrojas, sino porque quiero que se me parezca. Te preguntan el fenotipo, cómo sos vos o cómo querés que sea el donante, y yo puse cosas que no había pensado. Puse que quiero que sea alto. Yo no soy alta y quería que fuera alto. Tal vez porque en mi imaginario de varones que me gustan, siempre me gustaron altos, entonces quiero que mi hijo, mi hija sea alta. Es bastante descarnado eso porque entre las cosas que tenés que autorizar te ponen una ficha que dice “fenotipo” y de golpe me encontré sola en mi casa eligiendo y me dije “¡yo esto sola no lo puedo llenar!”. Entonces volví a pagar una consulta para preguntarle a mi médica qué es este fenotipo, qué es este test. Ahí es muy clave tener información, tener apoyo, porque el sistema se vuelve muy críptico y de golpe estás tomando decisiones muy vitales, que tal vez son las decisiones más vitales de tu vida, sin conocimiento. Yo ya siento que recogí más información hablando con conocidas, me fue más fructífero con gente que pasó por este tratamiento que con los propios médicos y el sistema de salud. Por otro lado, una dice: “Bueno, también puede ir así”. Cuando una pareja decide tener un hijo o una mujer queda embarazada sin buscarlo, estas decisiones por ahí no están. Entonces también es raro porque hay una asimetría en la información que tenemos las personas que decidimos hacer este tipo de tratamientos que por ahí no tiene una persona que decide hacerlo en pareja, porque tenés que tomar un montón de decisiones antes. Hay exámenes genéticos que son sobre el óvulo, sobre el esperma, y después hay sobre el embrión, o sea, preimplantatorios y, después, una vez que se te implantó. Yo me empecé a volver loca con algo que se llama Test de Portadores, que hacen como paneles de enfermedades complejísimas, algunas muy atípicas y otras no tan atípicas. Vos decís: “Le voy a hacer a mi óvulo un escaneo genético de todas estas enfermedades”. Son 500, literal; después hay un panel de 1000 y hay un panel de 300 y hay un panel de cinco, que son las [patologías] más jodidas. Ir haciendo el tratamiento paso a paso me ha permitido permanecer en la decisión, que tampoco es una decisión completamente tomada. Ahora acabo de cambiar de trabajo y esta semana salió de agenda esto y no me castigo. Seguramente, si la semana que viene me logro ordenar un poco, esto vuelva a agenda y pueda seguir haciendo trámites. O por ahí en el medio se cae. También estoy abierta a que me pase eso. Lo estoy transitando. Y eso me alivia mucho porque es una decisión tan vital, tan radical.
María José, 45 años, trabajadora estatal.
tres de tres
Yo ya venía pensando ¡wow, la pandemia me comió dos años de fertilidad! Y después, aparte, me vinculé por primera vez con un bebito en la familia, mi sobrino. Entonces a los 36 me puse en marcha para congelar la decisión. Fue movilizante: empecé a inyectarme durante las fiestas, mi cumple, fue un poco alocado. Yo estaba muy sensible, tenía el speech de que eran las hormonas, pero fue también por el trato de la gente. Estás siendo monitoreada todo el tiempo, tenés devoluciones, opiniones, te hablan de tus folículos como si estuvieran hablando de algo súper importante, estás tratando temas delicados en un sistema que no está preparado para cuidar la parte emocional sino la gestión, para que el procedimiento sea efectivo. La mujer que me ayudó a colocarme las jeringas era bastante particular, con un nivel de desapego difícil si estás haciendo un tratamiento así. Una de las especialistas era como una directora antigua de un secundario dando órdenes, me retaba si preguntaba, muy sargentona. Su ayudante terminó siendo mi ángel guardián. Vino a casa un par de veces a inyectarme. Venía en bondi, me ayudaba y se iba. Te dan dos hormonas distintas: una es una inyección tradicional y la tenés que armar vos, y la otra es una lapicera de plástico. Tenés que rotar una perillita y te va marcando la dosificación, luego apretás y se descarga el contenido. Un día me inyecté el doble y la directora me cagó a pedos. Me dijo que eso era muy peligroso. Pero es un sistema tan choto. Roté dos veces el pendorchito y me di el doble. Yo estaba inflada, cansada, eufórica, un millón de cosas. Pero no me arrepentí. Yo pensé que quizás no salía ninguno, mis folículos no crecían mucho, o crecían y se veían poquitos, pero me sacaron tres y sobrevivieron tres. ¡Un tiro: tres de tres! Fue mágico, valió la pena. Me dijeron que me convendría volver a hacerlo para aumentar mis chances. Pero por temas de dinero decidí no repetirlo. Igual sentí que le estoy ganando un poco de tiempo a mi propio proceso biológico. Yo lo vi como una forma de postergar una decisión, yo no tenía la decisión tomada, yo todavía no sé si quiero ser madre, pero quiero saber que cuento con la posibilidad si el día de mañana me surge este deseo al cien y deja de ser tan ambivalente. A veces re quiero y a veces digo “¡uh, es un quilombo!”. Las dos cosas re extremas, es un montón lo que te demanda un niño. Pero en el proceso tuve más ganas que nunca, quizás sentirlo tan complejo me hizo darle un valor extra, un reconocimiento extra, porque cuando era más chica pensaba que era re fácil embarazarse, yo siempre me cuidé mucho. Soy bisexual y salgo con más hombres, pero justo mi último vínculo largo fue con una chica. En mis veinte, cuando estaba de novia, era muy paranoica de quedarme embarazada, pero no es tan simple, el cuerpo es un bardo. No hay que dar por sentado que embarazarse es fácil, ni que es una máquina perfecta, ni que es intuitivo, ni que va a saber, ni que si le ponés este líquido va a responder. Hay que estar fuerte. Quizás todo hubiera sido distinto si iba con alguien. En la clínica había muchas mujeres hetero con sus parejas, con chicos al lado. Yo fui dos veces con mi mamá, pero el día de la extracción ella no podía. Le dije a mi papá y él, feliz, me dijo “sí, vamos”. Vino, me esperó, se leyó las revistas en la sala de espera, me anestesiaron, me sacaron los óvulos, salí recontra dopada y me fui a comer una pizza y tomar una birra con él. Todavía no sé qué haría con los óvulos si no los uso. Lo que sé es que tengo que pagar este año y todavía no lo pagué.
Victoria, 38 años, redactora publicitaria.
afrontarlo como venga
Yo tengo 27 y en diciembre del año pasado me diagnosticaron cáncer de mama. Al no tener hijos, una de las cosas que me planteó el oncólogo es: “Mirá, si está en tus planes o no lo tenés definido, tenés esta posibilidad de congelar óvulos por si llegara a pasar que, a partir de la quimioterapia, perdés la posibilidad de usar tus óvulos si un día querés ser mamá”. Al ser por una situación de riesgo de pérdida de la fertilidad, te lo cubre la obra social, es gratis, por ley. Desde el momento en que me dieron el diagnóstico yo soy una persona operativa, o sea, profesional, en el sentido de “todo bien, lloramos después, primero voy a sacar los turnos”. Y esto fue un poco igual. Nos fuimos derecho a la clínica. Tres días después me mandaron la autorización del procedimiento cubierto por obra social. Estábamos en la cama con Fer, veo el mail y se larga a llorar muy emocionado. Fueron quince días en total, después tuve la operación. Esto se dio en el medio de que me estaba haciendo todo el resto de los estudios. Fueron como veinte días donde me hice de todo: con contraste, con inyección, con destrucción de sangre, con meterte en tubos, inyecciones en la panza, bajar, sacarte la ropa, tener que quedarte en pelotas día por medio enfrente de alguien. Llegó un momento en que estaba cansada de que me metieran cosas. Y te diría que fue peor que la quimioterapia para mí, en términos de lo que fue el pos. Me sentí para la mierda. Muchos días. Me crecieron muchísimo los ovarios. A mí me sacaron, congelaron, 22. Quedé muy inflamada. Yo soy flaca, tengo cintura, y te juro que no se veía ni la curva de mi espalda. No podía ir al baño, no me venía. La médica me dijo: “Es como si estuvieses atravesando diez menstruaciones simultáneas, por eso tenés tanto dolor, tenés los ovarios como una naranja”. Se habían ido atrás de la vejiga porque no entraban más adelante. Tres días después de eso tuve la primera sesión de quimio. ¡Llegué a la primera sesión ultrajada! [Ríe]. Es algo que probablemente no elegiría si no fuese por este contexto, no es algo que yo pensé para mi vida, que fuese de esa manera. Para mí la maternidad es algo que desearía mucho más sin esos procedimientos médicos. Si no estuviese con Fer como pareja, si estuviese soltera, probablemente lo hubiese hecho igual. Tuvimos una discusión en donde yo le dije algo así como que no quería condicionar su vida a partir de esto que me pasaba y entonces él entra llorando a la pieza y me dice: “Vos pensá que yo tengo 38 años, nos están diciendo que si queremos tener un hijo hay que esperar dos años y esto y lo otro y yo estoy acá y quiero estar acá y te estoy acompañando”. Ahí la discusión se terminó. Él me hizo el rollito en la panza para la primera inyección. Organizó su vida. No podía empezar la quimio antes de hacerlo porque te ponen una inyección cada 28 días que te inhibe los óvulos; lo que se quema con la quimio son los folículos donde entran los ovocitos para madurar a los óvulos, entonces lo que hacen con la inyección es que esos ovocitos no entren al folículo. El folículo se genera, se achicharra solo y el óvulo queda preservado dentro del ovario. Cuando estás tan acompañada y vas masticando tu realidad, te das cuenta de que en verdad no es tan terrible. Hay una parte de mí que se aferra a la esperanza de las estadísticas para las mujeres menores de 30 que hacen la quimio, que es del 60%, lo cual te deja en mejores condiciones que el 20% de una mujer de 32, y te deja mejor que el 5% de alguien mayor de 36. Hay una parte mía que espera que eso sea así. Y lo que me doy cuenta es de que se afianzó el deseo. Si estoy haciendo todo esto tiene que haber algo ahí. Si yo pienso hoy la maternidad, también me doy cuenta de que, si tuviese que usar los óvulos congelados, también podría. Me demostré a mí misma y la pareja se demostró a sí misma que es capaz de afrontar la situación como venga. Igual, si viene natural, para mí mejor, no te voy a mentir.
Aien, 27 años, periodista.
por las dudas
Yo no me encontré nunca con un profesional que me diga que era grande o que era algo que yo me tenía que estar preguntando. O sea, todo venía de mi cabeza. La única claridad que había tenido estando soltera es “para mí la maternidad es un proyecto de pareja, si no, no lo es”. Estaba por cumplir 35 y hacía cuatro años que estaba sola. Me pasaba también de ver a mis amigas que estaban buscando el donante, así le decíamos, estaban desesperadas [Ríe]. A mí no me pasaba eso. Lo único que decía es: “Che, si yo tengo un fantasma de infertilidad por un montón de cosas, prefiero estar tranquila porque era lo único que me terminaba haciendo ruido. Si quiero y si encuentro a la persona y si tengo los medios, ¿por qué me voy a meter en una encerrona después, o de apuro, o tomar decisiones por miedo?”. Entonces tomé la decisión, cuando tenía 34, de que a los 35 iba a congelar. Cuando tengo todos los estudios, se los mando a la médica y me dice: “Bueno, listo, estamos para arrancar”. Viste que tenés que ir el día que te viene a hacerte una ecografía y a partir de ahí arrancás y hacés el seguimiento. Bueno, me hice la ecografía y me dicen: “¡Ah, bárbaro, tenés 16 folículos, esto es espectacular! Vamos a hacer la cirugía”. [El día de la operación] una piba que me había hecho las ecografías, no la jefa del equipo, me avisa: “Mirá, sacamos cuatro, porque cuando empezamos a pinchar no estaban maduros, cuando queríamos absorber, no los podíamos absorber”. Yo me puse re mal, me recontra angustié, estaba sola encima por la pandemia [Llora]. Yo queriendo la certeza, la tranquilidad, del paso del tiempo, y ahora lo único que tengo son incertidumbres. La piba me responde: “Pero no te angusties, podés volver a intentarlo”. Y yo: “No entiendo por qué tendría que volver a intentarlo”. Aparte, chupame un huevo, sale 2000 dólares. Más adelante con mi actual pareja decidimos al año, no sé, a los dos años, empezar a buscar. Bueno, pasó un año y medio y no quedábamos, así que terminamos en un médico de fertilidad. Obvio que yo ya estaba tipo “no te preocupes, esto soy yo, no pasa nada, agarraré los cuatro congelados”. Pero cuando hicimos los estudios era él el que tenía un problema espermártico, así que no íbamos a poder tener un bebé de manera natural. Nos hicimos un par de inseminaciones, no quedamos. Tenés dos tipos de tratamientos: lo que es inseminación y lo que es fertilización asistida. Inseminación directamente es que te estimulan un poquito y te pasan el esperma de tu pareja. Yo ahí usaba mis óvulos del presente, los que tenía dentro del cuerpo. Después, para el otro, me hice un tratamiento de fertilidad completo: me sacaron nuevamente óvulos. Yo a los otros cuatro congelados los sigo teniendo congelados, nunca los toqué, porque en mi cabeza dije “quizás esto viene para largo plazo”. Y aparte después nos fue muy bien porque conseguimos cinco embriones. Así que tenemos cuatro hijos congelados todavía en el freezer. Solo me transferí uno y prendió. Y nació la bebé. Los óvulos yo tengo que pagarlos todos los años para que me los mantengan. Creo que son 150 dólares o 200 dólares al tipo de cambio oficial. Pero los embriones nos enteramos de que no te dejan destruirlos. Los óvulos sí. Entonces, todo el tiempo estamos pensando: ¿qué vamos a hacer con nuestros hijos congelados? [Ríe]. O los tenés que donar a la ciencia o donar a una pareja, que esto para mí no es una opción. Mi mente no está preparada para pensar que hay un hijo genético mío dando vueltas por el mundo. Pero los tengo por las dudas. Yo soy hija única y para mí es una cruz total. Nosotros queremos. Una de las pocas cosas que tengo claras es que le voy a dar un hermano a mi hija. Por eso, voy a intentar con los cuatro embriones, pero imaginate que no funcione y ya tengo más de 40 años. Entonces, tengo los óvulos congelados y por las dudas los quiero tener ahí.
Vicky, 39 años, abogada.
